
El día estaba brillante y el mar con orgullosos destellos plateados. La playa, de arena oscura, exhibía restos de la farra sabatina del día anterior. Por lo menos 40 botellas de cerveza reposaban junto a un toldo esperando quizás a un recolector que se gana el pan vendiendo vidrio.
A lo largo de Pantaleta, como se llama la playa, no hay un contenedor de basura. Los visitantes más conscientes cargan sus bolsitas plásticas que luego se llevan en sus carros. Eso si, al lado izquierdo, mirando al mar, tras una montañita hay un depósito de basura que sirve de zaguán a unos hermosos edificios escondidos tras estériles muros grises.
Como era tempranito no había mucha gente. Apenas llegamos se nos acerca una señora de las varias que administran los toldos, 10 por cada una, dijo. Queremos estar lejos de los carros con música, pues ayer había cuatro con cornetas afuera y cada uno con su respectivo estilo regatonero a todo volumen. Y queremos estar lejos de la basura.
No se preocupen, siéntense allí cerquita del agua y yo les termino de rastrillar toda la arena para que no tengan basura.
Acto seguido la señora de piel tostadísima por el sol comenzó a pasar el rastrillo a nuestro alrededor. Nos sentamos de cara al mar, respirando profundo ese aire fresco y sin recibir, aun, los candentes rayos solares. Pensando que después de todo la cosa como que tiene compón.
Nos habíamos relajado ya en una amena conversa cuando vemos lo único que no esperábamos: la señora amontonó la basura a unos tres metros de donde nos encontrábamos, justo casi donde la ola deja su último suspiro, abrió un hueco con el rastrillo y enterró la basura. Eso sí, aplastó bien la arena para que no se notará, para que quedara como una alfombra recién comprada.
En ese momento entendimos por qué.
Playa Pantaleta tiene administradores de toldos que pasan el día sentados esperando clientes. Esa misma gente debe gerenciar su espacio: cobrar los 25 mil bolívares del kiosco con las dos sillas de extensión y mantener limpia su cuota de arena. Pero parece con ese calorón es mejor hacer lo primero y dejar lo segundo para cuando vayan llegando los visitantes. Es entonces cuando ratrillan y esconden bajo la arenaa la basura que, al otro día, resurge como los congrejos en busca de nido.
Playa Pantaleta no es sino el reflejo de Vargas tras diez años de una parsimoniosa recuperación física que no ha logrado ni siquiera pellizcar la recuperación humana.
¿Cómo puede ser Vargas un destino turístico con playas llenas de basura y una enorme ausencia de sitios donde comer?
¿Cómo puede esa región con pomposa designación de estado ubicarse en la mente de los turistas si ni siquiera los organismos públicos se lo creen?
Basta con entrar a la página web de la gobernación de Vargas para darse cuenta del asunto. Una tierra tropical y una casita custodiada por una montaña y un sol es el símbolo que no conecta a nada que tenga que ver con turismo. La noticia del día es el video de la gestión de gobierno 20077 con la frase la reconstrucción de Vargas es un hecho.
Nada que diga turismo. Ah, allí hay un enlace que dice institutos. Veamos. Instituto Autónomo de Turismo del Estado Vargas. Ni una fotico da la bienvenida, solo unas escuetos: misión , visión, programas y por ahí palabrotas como planificar, sensibilizar, promover para más adelante exponer quienes quieran presentar proyectos deben hacerlo por escrito avalado por una comunidad organizada, una asociación u organismos. Cédula y teléfono por delante.
¡Vaya forma de incentivar el turismo¡
foto tomada de http://www.playasvenezuela.com.ve/images/332_playa_img1.jpg
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